Nuestras acciones no son independientes

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Cuando viajo por mi diócesis, noto algo importante: en nuestras carreteras y otras vías de comunicación, con cierta frecuencia cortan la hierba que crece por los bordes y en las bermas centrales. Esto revela la gran cantidad de basura que estaba oculta. Después de cortar la hierba, cuadrillas de trabajadores van limpiando y recogiendo la basura que estaba escondida.

Me pregunto, ¿cuántos, al tirar o dejar caer basura desde sus autos, piensan que no importa, que no se notará? Pero la realidad es diferente: cada persona al actuar así, con indiferencia y descuido, ensucia, contamina, y afea el entorno, convirtiéndolo en un basurero.

Nuestras acciones no son independientes; cada acto que efectuamos afecta a los demás y al medio ambiente, para bien o para mal. Mis acciones, nuestras acciones, todas ellas tienen un impacto significativo – tienen transcendencia.

Todos nosotros, seres humanos, existimos por Amor —no por casualidad. Dios es el único que crea y da vida; la creación entera es expresión y fruto del Amor que es Dios.

El mundo y el universo están en constante cambio y transformación; son dinámicos. La tierra está llena de vida. Los seres humanos tienen corazones inquietos y están en constante búsqueda porque Dios los hizo para la verdad, la belleza, y la bondad.

El Amor que creó el universo, que hizo al hombre a su imagen y semejanza, nos llama a reflejar al Creador y a respetar la creación. El hombre y el mundo se necesitan mutuamente y se complementan; sin uno, el otro no tiene sentido. El hombre sin mundo no tiene hogar; el mundo sin el hombre no tiene razón de ser.

Estamos llamados a santificar nuestro entorno. La pregunta es, ¿ayudo a contaminar o a santificar?

Dios no nos creó en una burbuja: independientes y aislados – ¡no! Dios nos creó como seres relacionales, conectados entre sí y con el mundo. Nuestra dignidad nos llama al respeto mutuo y al cuidado del medio ambiente. Dios nos confió el mundo para hacerlo nuestro hogar y casa común. Cuidarlo es nuestra responsabilidad; no debemos abusar ni maltratar lo que Dios nos ha encargado administrar.

La Sagrada Escritura nos dice que Dios, al crear el universo, lo encontró bueno. Como fruto del Amor de Dios, tanto el hombre como el mundo poseen una santidad inherente. La ausencia del Amor afecta la belleza de la creación y ensucia su santidad.

Nuestros actos, por más pequeños e individuales que parezcan, tienen un impacto colectivo. Todo pecado es actuar sin Amor; por eso, todo pecado degrada, ensucia, destruye, y esclaviza. Cada pecado contamina, no solo nuestros corazones, sino también el entorno en el que vivimos.

La falta de respeto por nuestra dignidad y por el mundo es un insulto al Autor de la Vida. No permitamos que nada ni nadie nos convierta en materiales descartables, pues no somos cosas. Nuestra verdadera dignidad radica en lo que somos: personas humanas. La libertad y belleza en el corazón protegen la dignidad humana porque un corazón así refleja el Amor de quien lo creo. No permitamos que el consumismo ensucie nuestros corazones ni que oscurezca nuestra belleza interior y asfixie nuestra libertad.

Dios nos creó libres; libres para escoger y abrazar el proyecto de felicidad que Él mismo puso en nuestros corazones. Si nos dejamos cuidar y contemplar por Dios, que es Amor, podremos mirar al prójimo y al planeta con sus ojos y también cuidarlos y respetarlos, como Él nos ha encomendado hacerlo.

El Amor embellece, construye, libera, y ayuda tanto al hombre como a la creación. Recordemos siempre que Dios nos creó por y en Amor. Pidamosle a Santa María, Nuestra Madre en el cielo, que nos ayude a darle nuestro corazón a Dios para que Él lo cuide, y lo haga cada vez mas bello mientras nos guía a actuar con Amor.