Un equilibrio saludable entre cultura y tradición

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Frecuentemente, en las conversaciones sobre el ámbito ecológico, se habla sobre la preocupante situación en que se encuentran muchas especies, ya sean de animales o plantas, que están en vía de extinción. La preocupación no solo es por el peligro de extinción, sino por los daños colaterales que causaría en el ecosistema.

Esta realidad ha creado una actitud proteccionista con la intención de salvar de la extinción algunas de estas especies.

Pero se habla muy poco del peligro de extinción en el que se encuentran la tradición, cultura, y expresiones de religiosidad popular.

Las especies responden a un orden ecológico, que determinan un balance sano del ecosistema. Debemos también encontrar el buen balance de cultura y tradición.

La cultura y tradición son los cimientos fundamentales de la historia de un pueblo y son la fuente de su identidad y unidad en las familias. Si se las erradica, se destruye una sociedad y desaparece su historia, es decir, se pierde su herencia e identidad.

Por ejemplo, poco a poco han ido desapareciendo las oportunidades de estar unidos como familia, los cuales son momentos de participar en las conversaciones, de escuchar, de compartir alegrías y lágrimas –momentos valiosos que definen el sentido de pertenencia.

¿Qué ha pasado con los domingos? ¿Qué ha ido pasando con el día de Acción de Gracias?

Muchas veces, los domingos son el día en que ponemos a Jesús en competencia con los deportes; y las canastas de las colectas en la iglesia en competencia con los negocios mercantiles –que muy generosamente abren sus puertas para que gastemos en lo que ofrecen.

El día Acción de Gracias se ha ido convirtiendo en un día o en un fin de semana donde la medida no es primariamente el amor a la familia sino la demostración de la capacidad de gastar porque eso, supuestamente, mantiene sana la economía. ¡Hemos dejado que el dinero prime!

Los domingos como día familiar como también el Día de Acción de Gracias, están desapareciendo y con ellos la unión entre los miembros de cada familia, y entre nosotros, los seres humanos. Poco a poco, el compartir en familia ha ido quedando absorbido por un mundo que mide todo de acuerdo con cuanto se tiene y se gasta, opuesto a lo que debería ser, es decir, el estar enfocados en lo que verdaderamente vale: lo que se comparte y se Ama. Repito, esta extinción de momentos familiares lleva a la destrucción de la historia familiar y del compartir una identidad.

Así como la destrucción de las especies en la ecología crea un desorden y caos, la desaparición de cultura y tradición destruye la identidad de los pueblos. Tal destrucción deja un espacio vacío que lo llena la basura de ideologías y falsos dioses, sumergiendo a comunidades y países en divisiones y violencia. En el vacío el miedo reina porque no hay identidad en común – el vacío es como un terreno fértil que es fácilmente invadido por la semilla de la cizaña. La cizaña no une, sino que separa y destruye. 

Al destruir tradiciones se destruye lo que une, lo que crea una identidad como familia, como pueblo, como iglesia, y como país. En vez, hay que buscar enriquecer nuestras tradiciones en el presente y purificarlas con miras al futuro.

Si destruimos o descuidamos lo que nos une – esas sanas tradiciones – damos paso a una sociedad individualista, egoísta, sin sentido de pertenencia, donde cada persona se cree dueño y señor de la ley. Al desaparecer el bien común y de la sociedad, se crea un mundo de anarquía, donde falsas ideologías buscan dar respuesta, y sentido de pertenencia a los anhelos humanos, dejándolos encerrados en sí mismos, sordos al diálogo, y completamente egoístas en el compartir.

Las radiografías muestran el mal en el cuerpo, no para desanimarnos, sino para sanarnos. Necesitamos una “radiografía” del corazón, para ayudar a mantener la integridad y dignidad de nuestras familias, de nuestra iglesia, nuestra sociedad y nuestro país. Así recuperaremos nuestro sentido de pertenencia y seremos más capaces de practicar el idioma del Amor, donde Dios como centro, nos une. Así, unidos en Cristo, descubriremos el tesoro que tenemos en nuestras tradiciones para ponerlo al servicio del prójimo y enriquecer y salvar nuestras familias, nuestra iglesia, nuestras comunidades, y nuestro país.