‘Sin el silencio, la humanidad pierde su norte’

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ESTUVE REFLEXIONANDO SOBRE UNA DE LAS NECESIDADES MÁS IMPERIOSAS DEL SER HUMANO: EL TIEMPO. 

Necesitamos tiempo no sólo porque cada uno de nosotros está cada vez más ocupado, sino porque también el ser humano  necesita tiempo para estar a solas para ser consciente del don de la vida: para encontrarnos con la propia historia y con la propia realidad. Es decir, necesitamos hacer tiempo para meditar sobre lo que va más allá de los límites humanos y abrir el corazón a lo trascendente, a Dios mismo.

Celebramos el Día del Trabajo en septiembre, aunque en muchas partes del mundo se celebra en mayo. No importa cuándo se celebre, esta festividad nos hace reflexionar sobre lo que realmente celebramos.¿Celebramos el trabajo como medio de superación y realización personal – como un medio que permite vivir con dignidad? O, ¿celebramos el trabajo como aquella actividad que convierte a la persona en una ficha más de una cadena de producción y consumo, que no respeta su dignidad porque la convierte en objeto?

Si se celebra el trabajo como aquello que nos hace participantes de una sociedad donde el único propósito es vivir en un afán desmedido de gastar, tratando de encontrar felicidad en la compra y posesión de bienes materiales, eso no es trabajo porque no es dignificante. El verdadero trabajo respeta a la persona, la dignifica, y no la convierte en máquina desechable de producción porque el ser humano no es una cosa: ¡el ser humano tiene corazón! No podemos convertirnos en objetos de consumo: sólo vivir y trabajar para consumir.

El verdadero trabajo es una herramienta para que la humanidad se realice y no se esclavice. El trabajo tiene que responder a la vocación de cada persona. El trabajo es necesario para el ser humano, para su dignidad.

Trabajamos duro para proveer para la familia, para ganar dinero y luchar para mejorar el estándar de vida, pero ¿trabajamos para celebrar el don de la vida, y encontrar nuestra vocación?

Hoy en día, se iguala el estar ocupado con el ser importante. Cuando estamos muy ocupados y dejamos que el silencio desaparezca y la bulla llene nuestras vidas, no podemos escuchar la voz de Jesús. Vivimos bombardeados –permitimos ser bombardeados– por todos los medios de comunicación y las redes sociales en constante búsqueda de la última novedad y fácilmente dejamos que los influencers guíen nuestras vidas. Vivimos un mundo que va a mucha prisa y su ruido va silenciando la Verdad, silenciando a Dios.

Descubrir nuestra dignidad y encontrar el lugar que nos corresponde para realizarnos como personas se logra cuando dedicamos tiempo a lo que es verdaderamente importante. Debemos seguir el ejemplo de Jesús, quien no deja que la rutina diaria lo separe de su Padre. Nosotros también podemos dedicar tiempo a Dios. Si hacemos tiempo en medio de la rutina diaria y del trabajo para estar en silencio con Él, para escucharlo y reciprocar su Amor, Dios, quien nos gana en generosidad, nos colmará de gracias abundantes.

Es en los momentos de silencio que aprendemos a escuchar la voz de Dios, que aprendemos el lenguaje del Amor. Los momentos de silencio son una necesidad vital en cada persona. Sin el silencio, el ser humano pierde su norte porque el silencio nos permite reconocer los dones que Dios nos ha dado, nuestra dignidad e individualidad, y descubrir el propósito de nuestra vida: la vocación para la cual Dios nos ha creado.

Jesús frecuentemente buscaba momentos para estar con Dios: se retiraba de la gente y de sus discípulos y dedicaba tiempo a vivir y disfrutar de su unión con el Padre, y así cumplir y realizar su misión – la obra que el Padre le encomendó: vivir y predicar la Misericordia y el Amor.

El mundo parece sordo a la palabra de Jesús. El puesto de Dios ha sido usurpado por el dinero, por el tener más, por estar ocupados, por el poseer, creando un vacío en el corazón y en la sociedad. La sociedad mide su riqueza por el dinero que se tiene, por lo que se posee, pero es ciega ante la miseria de la violencia que se vive –violencia física, afectiva, espiritual, emocional– e indiferente a la destrucción de vidas humanas por la aplicación de falsas ideologías. ¡La ausencia de Dios y de su Amor es oscuridad; es vacío; es nada! La violencia que se vive ocurre porque hemos perdido el deseo del silencio, y descuidamos la necesidad de hacer tiempo para Dios. Si no hay tiempo para escuchar a Dios en nuestro corazón, no podremos escuchar al prójimo.

Sigamos el ejemplo de Jesús para escapar del bullicio del mundo y encontrarnos con el
Amor del Padre. Aprendamos a escuchar su voz en medio de la rutina diaria y del trabajo y así aprender a escuchar y conversar con nuestras familias y comunidades con el lenguaje de Amor. Que iluminemos el mundo con lo que recibimos de Jesús en los momentos de silencio, y, de esa manera, seamos misioneros de la Buena Nueva.