El corazón, como el oro, se purifica con el fuego

Un día, mientras observaba una fuerte tempestad, note que algunos pájaros volaban en contra de la corriente del viento. Me tomo un buen rato entender el porqué.

Esos pájaros volaban contra la corriente de viento sin mucho esfuerzo, solamente haciendo ajustes con sus alas en la medida de lo necesario. Al comienzo pensé que les hubiese sido más fácil volar dejándose llevar por la corriente, pero, después de mucho observar y pensar – sin ser un experto – llegué a la conclusión que si iban con la corriente hubieran sido arrastrados por los vientos y perdido el rumbo.

Volar contra la corriente implica, entonces, aceptar el reto, aprender a manejar el mal tiempo, y luchar por mantener el rumbo.

El Papa Francisco ha dicho que “[n]o hay crecimiento sin crisis […] ni victoria sin lucha.”[1] Él explica que las crisis en nuestras vidas revelan lo que hay en nuestros corazones y que el sufrimiento nos ayuda a aprender, e inclusive cambiar para ser mejores. El sufrimiento es la escuela del alma. ¡El corazón, como el oro, se purifica con el fuego!

En cambio, si nos rendimos ante el sufrimiento – ante las crisis – nos hundiremos y seremos arrastrados, perdiendo el sentido de nuestras vidas.

Empezamos un nuevo año. El 2020 – un año en el que todos los aspectos para crear una crisis mundial se juntaron – terminó. Hoy anticipamos con grandes expectativas la solución a la crisis del COVID-19. Y, con ansiedad, esperamos el poder recibir la vacuna que nos ayudará nuevamente a sentirnos seguros, a respirar sin limitaciones, a poder dar un abrazo caluroso sin temor, y a celebrar juntos como antes.

En este año nuevo, al continuar enfrentando la situación actual, no olvidemos las lecciones aprendidas. Recordemos como algo invisible derrumbo todas nuestras falsas seguridades, forzándonos a enfrentar nuestra propia realidad, dejándonos ver que lo más valioso que tenemos son el don de la vida, el regalo inmenso de nuestras familias, y el tesoro de nuestra fe en la providencia de Dios. No olvidemos que esta fe nos permite tener – en medio de las crisis, el dolor, las inseguridades e incertidumbres – la esperanza de poder salir adelante sin  desfallecer.

La crisis mundial también nos ha enseñado a ver la vida de nuevo, con ojos llenos de gratitud y de respeto.  ¡Protejamos esta renovada visión de la vida! No podemos, en tiempos de calma y de buen viento, distraernos y dejarnos arrastrar por las suaves brisas del mundo, que amenazan con desviarnos de nuestro rumbo – de nuestra meta que es vivir para siempre con el Amor.  Reitero, estas brisas son traicioneras porque, de manera sutil y casi sin darnos cuenta, nos hacen olvidar el ser agradecidos, esclavizándonos en una amnesia espiritual, que nos hace ignorar a Dios – nos hacen perder el valor y el sentido de nuestra existencia porque nos creeremos dueños y señores de nuestras vidas. Es por esta razón que debemos buscar el rostro del Señor en cada persona a nuestro alrededor. 

Busquemos, con la ayuda de la gracia del Señor, que este nuevo año nos permita abrir las alas de nuestros corazones y demonstrar nuestra fe en Dios, para que convirtamos todos los momentos y circunstancias de nuestra vida en ocasiones de seguir el rumbo que el Señor nos muestra. Ese rumbo es, por lo general, contrario a lo que el mundo nos ofrece. El Señor nos llama a santificarnos y a santificar al mundo – a sembrar paz y alegría con la luminaria de la fe y del Amor en nuestras propias vidas.

El corazón, como el oro, se purifica con el fuego. 

[1] Discurso del Santo Padre Francisco a la Comunidad del Colegio Internacional del Gesù, Roma, 3 de diciembre de 2018